Reflexión:

"La Invitación a Cenar con Jesucristo"

Introducción

 

En el tapiz de las enseñanzas de Jesús, hay una parábola que resuena como un eco a través de los siglos, llamando a la puerta de nuestra conciencia espiritual: la Parábola de la Gran Cena. En el escenario de esta narrativa evangélica, se despliega un banquete majestuoso, una invitación divina que trasciende el tiempo y el espacio. Pero más allá de ser una simple narración, esta parábola se convierte en un espejo que refleja nuestra disposición hacia la gracia de Dios y la llamada a participar en el festín celestial.

 

Imaginemos el escenario: un anfitrión generoso ha preparado una mesa, ricamente adornada, y ha extendido su invitación a muchos. Sin embargo, lo que sigue es un relato intrigante de excusas, rechazos y, sorprendentemente, la apertura de las puertas del banquete a aquellos que, según los estándares sociales, podrían ser considerados marginados. En este viaje a través de la Parábola de la Gran Cena, exploraremos las capas de significado que yacen en sus líneas, desentrañando lecciones atemporales que nos desafían a examinar nuestra propia respuesta a la llamada celestial.

 

Con el lienzo desplegado, ingresamos a un banquete espiritual que no solo se encuentra en las páginas de la Escritura, sino que también se desdobla en nuestras vidas diarias. Así, nos embarcamos en un viaje reflexivo hacia las profundidades de esta parábola, buscando entendimiento, inspiración y un despertar espiritual que transforme nuestras excusas en compromisos y nuestras vidas en testimonios vivos del banquete celestial que nos aguarda.

 

Lucas 14:16-24:

 

16Él entonces le dijo: Un hombre hizo una grande cena, y convidó a muchos.

17Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya está todo aparejado.

18Y comenzaron todos a una a excusarse. El primero le dijo: He comprado una hacienda, y necesito salir y verla; te ruego que me des por excusado.

19Y el otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; ruégote que me des por excusado.

20Y el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.

21Y vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de la familia, dijo a su siervo: Ve presto por las plazas y por las calles de la ciudad, y mete acá los pobres, los mancos, y cojos, y ciegos.

22Y dijo el siervo: Señor, hecho es como mandaste, y aún hay lugar.

23Y dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa.

24Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi cena.

 

 

El Contexto Bíblico

 

Antes de sumergirnos en los matices de esta parábola, se revela un contexto crucial en Lucas 14:15. Un invitado a la mesa, quizás con la esperanza de resaltar la bendición de participar en el reino de Dios, exclama: “Bienaventurado el que coma pan en el Reino de Dios”. Esta declaración sirve como el catalizador para la narrativa que se despliega a continuación, como si Jesús estuviera tejiendo las verdades eternas en la conversación cotidiana.

 

El comentario del invitado revela una concepción común en la época: la idea de que el Reino de Dios era una especie de festín celestial, donde los privilegiados participarían en la mesa de la bendición divina. Pero Jesús, en Su sabiduría penetrante, decide no solo corregir esta visión, sino también desafiarla y expandirla. Así, emerge la parábola, no solo como una narrativa, sino como un eco penetrante en el corazón de la comprensión espiritual.

 

 

La Parábola de la Gran Cena

 

La parábola comienza con un hombre que organiza una gran cena e invita a muchos. Sin embargo, cuando llega el momento de la cena, los invitados comienzan a excusarse. Uno tras otro, presentan razones por las cuales no pueden asistir. Las excusas varían, desde la adquisición de propiedades hasta la responsabilidad de asuntos familiares.

 

Ante esta situación, el anfitrión se enfada y decide invitar a aquellos que normalmente serían considerados marginados: los pobres, los cojos, los ciegos y los cojos. Incluso con estos nuevos invitados, todavía hay espacio en la mesa. El anfitrión ordena a sus sirvientes que vayan a los caminos y veredas para traer a más personas, asegurándose de que la casa esté llena.

 

Esta parábola tiene varias capas de significado, y para entenderla plenamente, es necesario examinar sus elementos clave.

 

Primera Capa - Las Excusas de los Invitados: En la parábola, los invitados presentan diversas excusas para no asistir a la cena, lo podemos leer en los versos 18 al 20: “Y comenzaron todos a una a excusarse. El primero le dijo: He comprado una hacienda, y necesito salir y verla; te ruego que me des por excusado. Y el otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; ruégote que me des por excusado. Y el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.”

 

Estas excusas simbolizan las distracciones y prioridades mundanas que a menudo nos impiden responder al llamado de Dios. La adquisición de bienes materiales, las ocupaciones laborales y las relaciones personales pueden convertirse en barreras que nos alejan de participar en la comunión divina.

 

Segunda Capa - La Invitación a los Marginados: El anfitrión, al ver que los invitados originales rechazaron la invitación, decide abrir las puertas a aquellos que normalmente serían considerados marginados o excluidos. Esta acción refleja la gracia de Dios, que está dispuesto a recibir a todos, independientemente de su estatus social, económico o moral.

 

Versos 21 al 23 dice: “Y vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de la familia, dijo a su siervo: Ve presto por las plazas y por las calles de la ciudad, y mete acá los pobres, los mancos, y cojos, y ciegos. Y dijo el siervo: Señor, hecho es como mandaste, y aún hay lugar. Y dijo el señor al siervo: Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa.”

 

Esta parte de la parábola destaca la universalidad de la invitación divina y la disposición de Dios para aceptar a aquellos que el mundo puede marginar.

 

Tercera Capa - La Urgencia de la Respuesta: La parábola concluye con una declaración impactante de Jesús en el verso 24: “Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi cena”. Esta afirmación subraya la importancia de responder de inmediato al llamado de Dios. Aquellos que rechazan la invitación pierden la oportunidad de participar en el banquete del Reino.

 

 

Reflexión y Aplicación

 

La Parábola de la Gran Cena nos desafía a reflexionar sobre nuestra disposición a responder al llamado de Dios. ¿Nos encontramos atrapados en las distracciones y preocupaciones mundanas que nos impiden participar plenamente en la Comunión Divina? ¿O estamos abiertos a la Gracia de Dios, reconociendo que todos somos bienvenidos en Su Mesa?

 

Las excusas presentadas por los invitados en la parábola son representativas de las excusas modernas que a menudo damos para evitar compromisos espirituales. El ajetreo de la vida cotidiana, las preocupaciones financieras y las relaciones personales pueden convertirse en obstáculos si no los colocamos en su debida perspectiva, en su correspondiente lugar.

 

La invitación a los marginados resalta la inclusividad del Reino de Dios. Dios invita a todos, sin importar su pasado, su estatus social o sus limitaciones. Esta verdad debería inspirarnos a acercarnos a los demás con amor y compasión, reconociendo que todos somos iguales ante los Ojos de Dios.

 

La urgencia de la respuesta enfatiza la importancia de no postergar nuestra decisión de seguir a Cristo. La vida está llena de distracciones y prioridades cambiantes, pero la oportunidad de participar en el Banquete del Reino es limitada. Es imperativo que respondamos con prontitud y sinceridad al Llamado Divino.

 

 

Conclusión

 

En el Festín Eterno al que alude la Parábola de la Gran Cena, cada palabra se convierte en un eco que resuena en el silencio de nuestras decisiones espirituales. Nos encontramos, como los personajes de la parábola, frente a una elección trascendental: ¿aceptaremos la Invitación Divina con gratitud y humildad, o permitiremos que las distracciones mundanas nos alejen de la Mesa Celestial?

 

La narrativa nos invita a examinar nuestras excusas, esas razones aparentemente justificadas que a menudo presentamos para posponer nuestro compromiso espiritual. ¿Son nuestras ocupaciones diarias, nuestras posesiones materiales o nuestras relaciones terrenales barreras que impiden nuestro acceso al Banquete de la Gracia Divina? La parábola nos desafía a superar estas excusas y reconocer la urgencia de responder al Llamado de Dios sin demora.

 

Al abrir las puertas del banquete a los marginados, la parábola revela la amplitud de la Misericordia Divina. Dios invita a todos, sin importar su pasado, su estatus social o sus limitaciones. Aquellos que la sociedad podría pasar por alto son los bienvenidos en la Mesa Celestial. Esta inclusividad nos llama a reflejar la misma compasión en nuestras interacciones diarias, derribando las barreras que levantamos y extendiendo la mano a aquellos que necesitan ser recordados de la Invitación Divina.

 

La conclusión de la parábola, la afirmación de que aquellos que rechazaron la invitación no participarán en el banquete, resuena como un recordatorio de la limitada ventana de oportunidad que enfrentamos en esta vida. La parábola no nos presenta una amenaza, sino una verdad que nos impulsa a la reflexión. Nos insta a no postergar nuestra respuesta, a no asumir que siempre habrá tiempo de sobra para comprometernos con la Gracia Divina.

 

En última instancia, la Parábola de la Gran Cena no es solo un relato antiguo; es un espejo que refleja nuestra realidad espiritual presente. Cada uno de nosotros está invitado al Banquete Eterno, pero la elección de participar es nuestra. Que esta parábola no solo resuene en nuestras mentes, sino que se arraigue en nuestros corazones, impulsándonos a vivir vidas marcadas por la aceptación gozosa de la Invitación Divina y la extendida mano de amor a aquellos que también necesitan ser guiados hacia el Banquete Celestial. Que en cada decisión diaria, recordemos que la Mesa está puesta, la invitación está abierta, y la elección es nuestra, hoy y siempre que haya oportunidad.

 

El Señor Jesucristo continúe bendiciéndote. ¡Amén!



Preparado por: Evg. Francisco Velázquez CruzPuerto RicoNoviembre 2023