Reflexión:

"El Juicio de las Naciones"

Introducción

 

En el tapiz narrativo de las enseñanzas de Jesús, existe una parábola que resuena como un eco eterno, llamando a la reflexión y la acción más allá de los límites del tiempo y la cultura. Adentrémonos en el evangelio según Mateo, específicamente en el capítulo 25, donde el Maestro Galileo pinta una imagen vívida del juicio final. Esta no es una escena apocalíptica repleta de fuego, relámpagos, truenos y terremotos, sino un juicio peculiar que revela el corazón mismo de la divinidad: el amor incondicional y la compasión. Acompáñenme en una exploración de Mateo 25:31–46, donde las ovejas y las cabras danzan en la dualidad de la justicia divina y donde cada acto de misericordia se convierte en un verso en el poema eterno del Reino de Dios.

 

Mateo 25:31-46:

 

31Y cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria.

32Y serán reunidas delante de él todas las gentes: y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.

33Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a la izquierda.

34Entonces el Rey dirá a los que estarán a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo:

35Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui huésped, y me recogisteis;

36Desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.

37Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿o sediento, y te dimos de beber?

38¿Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos? ¿o desnudo, y te cubrimos?

39¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti?

40Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis.

41Entonces dirá también a los que estarán a la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles:

42Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber;

43Fuí huésped, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.

44Entonces también ellos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o huésped, o desnudo, o enfermo, o en la cárcel, y no te servimos?

45Entonces les responderá, diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos pequeñitos, ni a mí lo hicisteis.

46E irán éstos al tormento eterno, y los justos a la vida eterna.

 

 

Contexto de la Parábola

 

Para comprender plenamente la riqueza del pasaje de Mateo 25:31–46, es esencial sumergirse en el contexto más amplio de la narrativa evangélica y comprender las imágenes y metáforas que Jesús utiliza para transmitir su mensaje revolucionario.

 

Esta Escritura al que hemos dado lectura, forma parte del discurso apocalíptico de Jesús, que se extiende desde Mateo 24 hasta el principio de Mateo 25. En este discurso, Jesús responde a la pregunta de sus discípulos sobre los “últimos tiempos” y Su Venida. Advierte sobre falsos mesías, guerras y desastres, y enfatiza la necesidad de estar preparados espiritualmente para su regreso. Así, cuando llegamos a Mateo 25:31, estamos inmersos en un contexto de expectativa apocalíptica.

 

Antes de llegar a la parábola de las ovejas y las cabras, Jesús comparte dos parábolas adicionales en Mateo 25: la parábola de las diez vírgenes y la parábola de los talentos. Estas parábolas, aunque distintas, comparten el tema de la preparación y la responsabilidad en vista de la venida del Hijo del Hombre. La primera destaca la necesidad de estar preparados, mientras que la segunda enfatiza el uso fiel de los dones que se nos han confiado.

 

Cuando Jesús se refiere al “Hijo del Hombre” en Mateo 25:31, está utilizando una expresión que tiene raíces en el libro de Daniel (Daniel 7:13–14). En este pasaje del Antiguo Testamento, el profeta Daniel describe una visión de alguien “como un hijo de hombre” que recibe autoridad divina y un Reino eterno. Jesús adopta esta figura mesiánica para presentarse como el juez divino en el momento final.

 

La elección de Jesús de representar a las personas como ovejas y cabras no es accidental. En la cultura judía, las ovejas eran vistas como animales dóciles y sumisos, mientras que las cabras eran más conocidas por su naturaleza obstinada. Esta elección simboliza la diferencia entre aquellos que responden humildemente al llamado del Reino y aquellos que resisten y desafían la voluntad divina.  Más adelante consideraremos este detalle.

 

El juicio de las gentes en Mateo 25:31–46 tiene ecos en las profecías del Antiguo Testamento, especialmente en textos como Joel 3:14 y Zacarías 14:1–3, que hablan de la reunión de todas las gentes en el “valle de decisión”. La referencia a “todas las gentes” en Mateo 25 amplifica el alcance universal del juicio divino.

 

La parábola de las ovejas y las cabras también se conecta con las enseñanzas anteriores de Jesús sobre la importancia del amor al prójimo. En Mateo 22:37–40, Jesús establece el gran mandamiento de amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Mateo 25:31–46 proporciona una aplicación práctica y vívida de este mandato, mostrando que nuestro amor a Dios se manifiesta en nuestro servicio a los demás.

 

Resumiendo el contexto de Mateo 25:31–46, abarca desde la anticipación apocalíptica hasta las parábolas previas de preparación y responsabilidad. Jesús utiliza imágenes poderosas y simbolismo arraigado en las Escrituras hebreas para transmitir una verdad perdurable sobre la importancia de vivir en amor y servicio, especialmente hacia los menos afortunados. La parábola se convierte así en un llamado atemporal a la reflexión y la acción, resonando a través de los siglos con la urgencia de una vida arraigada en el amor divino.

 

 

La Parábola de las Ovejas y las Cabras

 

La parábola de las ovejas y las cabras, contenida en Mateo 25:31–46, es un relato extraordinario que pinta un cuadro vivido del juicio final de Jesús. En este pasaje, el Hijo del Hombre aparece como un pastor que separa a las ovejas, símbolo de los justos, de las cabras, representación de los malvados. Esta narrativa va más allá de una simple división entre buenos y malos; desentraña la esencia misma de la fe y la relación con Dios, revelando que el amor y el servicio a los necesitados son expresiones fundamentales de la espiritualidad cristiana.

 

La Metáfora del Pastor: Jesús inicia la parábola presentándose como el “Hijo del Hombre”, empleando una metáfora poderosa al describirse como el pastor divino. Esta imagen de pastor evoca las Escrituras del Antiguo Testamento, donde Dios es representado repetidamente como el pastor de su pueblo (Salmo 23:1; Ezequiel 34:11–16). Al identificarse como el pastor, Jesús establece una conexión íntima y protectora con aquellos que le siguen.

 

La Separación de las Ovejas y las Cabras: La elección de ovejas y cabras como símbolos es significativa. En la cultura agrícola de la época, las ovejas eran animales apreciados por su docilidad y disposición a seguir al pastor, mientras que las cabras eran conocidas por su independencia y a menudo consideradas más rebeldes. Jesús utiliza esta distinción para ilustrar la diferencia entre aquellos que responden humildemente a su llamado y aquellos que se resisten.

 

La Sorprendente Identificación con los Menos Favorecidos: El giro más impactante de la parábola se produce cuando el Rey revela que cada acto de servicio a los necesitados se considera como si se lo hubiera hecho a Él mismo. Esta identificación de Jesús con los “hermanos más pequeños” destaca la intimidad de la relación entre el Señor y aquellos que sufren. En este punto, Jesús trasciende las categorías sociales y económicas, revelando que la verdadera medida de la fe se encuentra en el trato hacia los marginados.

 

La Ética del Reino: La parábola enfatiza una ética del Reino que va más allá de las prácticas religiosas externas. Jesús no evalúa a las personas por su ortodoxia teológica o su observancia de rituales, sino por la manifestación práctica del amor al prójimo. Este enfoque desafía las nociones convencionales de justicia y establece un estándar elevado para los seguidores de Jesús.

 

La Universalidad del Juicio: El pasaje resuena con una universalidad impresionante al referirse a “todas las gentes”. Este énfasis en la inclusión destaca que el juicio divino no se limita a un grupo étnico o cultural específico, sino que abarca a toda la humanidad. La enseñanza de Jesús trasciende barreras y destaca la responsabilidad universal de amar y servir.

 

Integración con Enseñanzas Anteriores: La parábola de las ovejas y las cabras se integra perfectamente con las enseñanzas anteriores de Jesús, especialmente su énfasis en el amor al prójimo. Recordemos el mandamiento central de amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. La parábola ilustra cómo este mandato se lleva a la práctica y se convierte en el criterio final en el juicio divino.

 

 

Conclusión

 

En el espejo de Mateo 25:31–46, contemplamos la imagen de un juicio divino que trasciende las fronteras del tiempo y del dogma. No es simplemente una narrativa antigua, sino un recordatorio perenne de que el cristianismo auténtico se vive en los detalles cotidianos de nuestra interacción con el mundo que nos rodea. En esta parábola, Jesús despoja a la religión de su ostentación externa y nos insta a mirar más allá de los ornamentos litúrgicos para ver el corazón mismo de la fe: el servicio amoroso a los menos afortunados.

 

Cada acto de compasión, cada mano extendida hacia el necesitado, se convierte en una nota melódica en el coro celestial. Al abrazar a los marginados y cuidar de los desfavorecidos, estamos tejiendo nuestro destino en el tapiz eterno del Reino de Dios. La parábola de las ovejas y las cabras nos confronta con la realidad de que nuestro encuentro con lo divino está intrínsecamente ligado a nuestro trato con los que sufren.

 

En última instancia, esta enseñanza de Jesús desmantela la ilusión de una fe meramente superficial y nos desafía a encarnar el amor que proclamamos. Que esta parábola resuene en el eco de nuestras vidas, guiándonos hacia una comprensión más profunda de nuestra responsabilidad espiritual. Que, al final de nuestros días, podamos escuchar las palabras del Maestro diciendo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Y así, que nuestras vidas se conviertan en un testimonio elocuente de un amor que trasciende la eternidad.

 

El Señor Jesucristo continúe bendiciéndote. ¡Amén!


Preparado por: Evg. Francisco Velázquez CruzPuerto RicoNoviembre 2023